Tal vez soy medio loquita o perfeccionista, pero desde que era una puberta, acostumbro entrar en un mood reflexivo unos meses antes de mi cumpleaños. En esta ocasión estoy a dos pasitos del tercer piso, lo que si bien me va, equivaldría al 40% de mi vida. ¿Se supone entonces que soy una persona madura? Mmm… a veces pienso que sí, luego entro a mi cuarto decorado de Hello Kitty y pienso que en muchos sentidos sigo siendo bastante infantil. En todo caso, madurar no tiene que ver con la edad sino con lo que hemos vivido y cómo aplicamos esas lecciones.
Madurar no significa estar
encerrada en tu casa o dejar de salir de fiesta. Madurar es elegir con quién
compartir y cómo pasas tu tiempo. Madurar es ser selectiva y por fin comprender
a tu mamá cuando te decía: “Mijita, tú estás para escoger”. Madurar es sentirte
lo suficientemente segura de ti misma para poner límites; es no sentirte mal
por decir NO.
Madurar no significa vivir a dieta
y alejarte por completo de la comida chatarra o el alcohol. Madurar es entender
que debe existir un equilibrio; es disfrutar y sacarle jugo a cada momento. Se
trata de tener bien presente que la vida es muy cortita como para
desperdiciarla estando de malas, enredarte en chismes o dramas.
Madurar es dejar de preguntar: ¿por qué a mí?, y empezar a
preguntarte, ¿qué puedo aprender de esto? Madurar es aprender a usar el dolor
de forma creativa, es sacarle provecho hasta a “lo malo” que te sucede.
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